El Mal – Capítulo 8

Los ojos ya se le han acostumbrado a la oscuridad y, aunque no hay luna, se ven las siluetas de las cosas, se ven las líneas de la carretera, se ven los árboles del bosque a unos doscientos metros a la derecha. Y se oyen las pisadas de la niña. ¡Estaba descalza! Sin dejar de correr con todas sus fuerzas oye, en el silencio absoluto que le rodea, el tud tud que hacen los pies de la niña mientras le persigue. Corre muy rápido, pero no tanto como para alcanzarle fácilmente.

De improviso da un quiebro a la derecha y enfila hacia el bosque. Cuando cambia el firme suelo de la carretera por el del campo irregular se da cuenta de que ya no puede correr tanto. Tiene que levantar mucho los pies si no quiere tropezar. De inmediato tropieza, pero no llega a caer y cuando se está recuperando, sin dejar de correr, tropieza de nuevo y cae, toca el suelo con las manos un segundo y se levanta como si tuviera un resorte. Ha mirado un segundo hacia atrás y ha visto la silueta de la niña saltando tras él. La niña jadea como un animal. ¿Qué demonios es esa niña? Una demente escapada de algún psiquiátrico, sin duda. ¿Cómo estará su compañero? Al menos ella no se ha quedado allí para liquidarlo. Se le erizan los pelos de la nuca.

Brincando sobre los montículos y baches del terreno llega a plena carrera a los primeros árboles y, a pesar de estar ya totalmente acostumbrado a la oscuridad, allí dentro no se ve prácticamente nada. Se ve obligado a dejar de correr y a andar tan rápido como puede esquivando los troncos que va tocando con los brazos extendidos, como si fuera un ciego en una habitación desconocida.

Cuando se ha adentrado unas decenas de metros en el bosque oye cómo la carrera de la niña se acerca y también se detiene. Ella tampoco ve.

Entonces decide subirse a un árbol, le parece lo más seguro. Se agarra al tronco del que tiene más cerca y comienza a subir trenzando los pies sobre el tronco y reptando como una oruga, primero tirando de los brazos, después recogiendo los pies hacia arriba, haciendo pinza con ellos y de nuevo estirando los brazos. Son pinos, huelen bien. Hace unos segundos que no oye los movimientos de la niña, él sin embargo, hace demasiado ruido cuando sus ropas se arrastran sobre la áspera corteza del árbol. Llega a las ramas altas, son gruesas y tupidas, se detiene acuclillándose entre dos de ellas y mira hacia abajo. El corazón le late tan deprisa que teme que le dé un infarto allí mismo.

Mira el suelo con detenimiento, a izquierda y derecha, intentando ver si aparece la niña, pero no consigue ver nada. De pronto detiene su respiración, ¡la ve! Ve su silueta blanquecina moverse lentamente entre los árboles cercanos. Parece que ella no le ha visto a él, pero se mueve como si intuyera que él se encuentra cerca.

El ser en el interior de la niña se agita histéricamente mirando por la ventanilla rectangular que le proporciona la visión de su huésped.

La niña se detiene justo en el árbol donde está subido el muchacho. Él la ve, ¡la ve!, y tiene tanto miedo que se pondría a llorar como un bebé si no fuera porque no quiere delatar su escondite. Desde donde está ve que la niña mira alrededor, se apoya en el tronco del árbol y entonces, lentamente, levanta la cabeza y mira hacia la copa del árbol. El muchacho distingue la redondez blanca de su cara de loca y, mientras la mira sin moverse, la niña se agarra al tronco y comienza a subir.

El Mal – Capítulo 7

En cuanto el vehículo deja de moverse, con el techo sobre la hierba, la niña sale andando agachada por la puerta del conductor. Está todo muy oscuro, tiene el pelo muy revuelto, más revuelto que antes, incluso, y el camisón está manchado de la sangre que le ha salido de una ceja, pintándole un reguero vertical por la mejilla hasta el borde de la mandíbula. La niña se toca la herida, hurga en ella y comienza a sangrar de nuevo, luego, con curiosidad, se chupa los dedos manchados de sangre.

Mira a su alrededor, casi no se ve nada, pero si presta atención puede ver las irregularidades del terreno a su izquierda, puede ver a la mujer tendida boca arriba inmóvil y más allá el borde de la carretera por la que venían. A su derecha, más o menos a la misma distancia que la carretera, están los primeros árboles de un bosque.

Entonces, muy a lo lejos, se ven aparecer las luces de otro coche. La niña fija su mirada en ellas y sale corriendo hacia la carretera. El ser no lo sabe, o lo sabe pero le es indiferente, los pies de la niña, que jamás han andado, y menos corrido, por en medio de un campo, sufren cortes y golpes con cada zancada que da durante la carrera. Si la niña no fuera sólo una carcasa del ser que la domina, probablemente se desmayaría de dolor.

Cuando llega al borde de la carretera, deja de correr y camina despacio hasta situarse en el centro, mirando en la dirección por la que se aproxima el coche, aún lejos.

En el coche van dos muchachos jóvenes, tienen puesta la música alta y de vez en cuando comentan algo entre ellos a gritos alta para superar el sonido de los altavoces. De pronto el que conduce se queda mirando hacia adelante muy fijamente, sacando un poco de cuello y agarrándose al volante como si fuera un balcón al que estuviera asomado.

– ¡Eh tío qué pasa! – le grita su amigo desde el asiento de al lado.
– Mira tío – dice el conductor con voz normal y después lo repite más alto porque se da cuenta de que su amigo no le ha oído. – ¡Mira tío, pero qué es eso!

Entonces el que va sentado en el asiento del copiloto mira hacia la negrura de la noche donde sólo se ven las líneas blancas de la carretera y la hierba y la tierra que la bordean. Pero mirando un poco más allá de donde alcanzan los faros se distingue algo en medio de la carretera. El conductor apaga la música por completo y se hace un silencio como de invierno nuclear, sólo se oye el ronroneo exterior del motor del coche. Lo que se ve más allá de los faros es la figura de una persona, parece alguien vestido de color claro. El conductor va aminorando la marcha y poco a poco se van acercando a lo que hay en medio de la carretera. Cuando los faros la enfocan ya no cabe duda de lo que están viendo, es una niña sacada de una película de terror. Se les hiela la sangre en las venas. Están realmente cagados de miedo porque es demasiado de noche, está demasiado oscuro, hay demasiado silencio y una niña con cara de demente con un camisón manchado de sangre, de pie en medio de la carretera les provoca una sensación claustrofóbica, como si se hubieran metido en un sitio peligroso del que no se puede salir. La niña no se mueve, sólo les mira. El coche no se ha detenido en ningún momento, pero circula tan despacio que podría detenerse de repente con total suavidad. Sin embargo el conductor tiene miedo de verdad y lo que hace es girar un poco a la izquierda para pasar por el lado de la niña. Mientras el coche va pasando la niña va volviendo a sumirse en la oscuridad y ha ido girando el cuello siguiéndoles con la mirada.

Cuando han rebasado la posición de la niña diez o quince metros el conductor detiene el coche.

– ¡Pero qué haces tío, por dios!, ¡arranca ahora mismo, joder, que me cago encima de miedo! ¡Pero tú has visto a esa niña! – le grita absolutamente inquieto su amigo.
– Qué te juegas a que es una broma de esas de cámara oculta – dice el conductor con el brazo izquierdo sobre el volante y girando el cuerpo hacia atrás para ver cómo la silueta de la niña sigue en el mismo sitio. Y le sonríe al amigo.
– ¡Cómo!, ¡pero tú estás loco, hombre!, ¡debe ser una esquizofrénica que se ha escapado de un internado o algo así! ¡Arranca y vámonos YA!
– ¡Ja, ja! Venga hombre, no seas gallina, que seguro que nos están grabando desde los árboles o están escondidos por ahí con cámaras infrarrojas.

El del asiento del copiloto mira la negrura alrededor y no está nada convencido de lo que se le está ocurriendo a su amigo.

Entonces el conductor se desabrocha el cinturón, abre la puerta y se baja del coche. Cuando su amigo ve que va avanzando despacio pero tranquilo hacia donde está la niña, abre también la puerta de su lado y baja del coche. Da un par de pasos y la cierra tras él, pero no avanza más allá.

El conductor sigue avanzando cada vez más despacio, con un poco más de precaución, como si se estuviera acercando a un perro herido, que puede ser bueno o que puede no serlo.

La niña se giró mientras el coche pasaba a su lado y ahora, durante la aproximación de ese muchacho, está de frente a él igual de inmóvil que ha estado todo el rato. Tanto ella como él están iluminados por las luces rojas de la parte trasera del coche.

El muchacho se encuentra ya a tan sólo dos metros de la niña se ha agachado un poco para ponerse a su altura al hablarle:

– Hey, chica, ¿qué te pasa, estás bien? – y piensa que vaya mierda de pregunta, siendo como es evidente, que la niña está a años luz de estar bien. – ¿Cómo te llamas, estás bien? – vuelve a preguntar mientras se va acercando cada vez un poco más.

Cuando está a tan sólo medio metro de ella alarga el brazo izquierdo muy muy despacio para apartarle suavemente los pelos de la cara. La niña no cambia de expresión y se deja hacer. Entonces el muchacho se vuelve para gritarle a su amigo:

– ¡Eh, acércate!, no pasa nada, sólo es una niña asustada.

Hacer eso fue un error. Fue un gran error. Cuando se giró hacia la niña, ella ya estaba a dos centímetros de su nariz, desprendiendo ese apestoso olor a pelo quemado. El muchacho dio un respingo hacia atrás y perdió el equilibrio. Antes de que pudiera recuperarlo la niña le había saltado encima y le clavó los dientes en la cara. Fue un solo mordisco, un mordisco animal, la niña apretó los dientes tan fuerte que aunque el muchacho dio un enorme grito de dolor, perdió el conocimiento al instante cayendo como un muñeco de trapo sobre la carretera.

Su compañero de coche que había visto esa escena de cinco segundos desde donde estaba comenzó a gritar como un loco y salió corriendo con toda la velocidad que eran capaz de proporcionarle sus piernas temblorosas. Temblorosas de verdad, sin fuerzas en los muslos, con las rodillas fallándole.

La niña al ver al otro correr, dejó de morder la cara de su compañero y saltó de inmediato tras él.

El chaval chillaba, chillaba y corría. Corría más de lo que había corrido en toda su vida, de hecho, de las pocas cosas que pensaba en esos momentos una de ellas era que no sabía que podía correr tan rápido.

Tanto la niña como él abandonaron la zona que iluminaban los faros del coche y se internaron en la oscuridad de la carretera.

El Mal – Capítulo 6

Mientras la niña esperaba agazapada en el oscuro ascensor, se cerró la puerta automáticamente. Por un momento no supo si dejarla así o no, decidió dejarla abierta para poder vigilar el aparcamiento. Pulsó el botón de apertura y atrancó la puerta con los trozos de fluorescente que había por el suelo.

El aparcamiento tenía el silencio de una cueva. De vez en cuando se oían los movimientos de algún coche entrando o saliendo, la reverberación de las puertas al cerrarse, rebotando entre el suelo y el techo bajo.

Entonces apareció una mujer andando cargada de bolsas, se dirigía hacia donde estaba la niña, pero aún estaba lejos. Al llegar a cierta altura cambió de dirección y pulsó un mando a distancia que seguramente llevaba en la mano. Las luces de un coche parpadearon y se oyó un bip electrónico. La niña se tensó, mientras permanecía en cuclillas apoyó las segundas falanges de las manos en el suelo como si fuera un chimpancé, pero con la intención de un atleta a punto de comenzar la carrera. Rápida como un animal salvaje salió corriendo agachada del ascensor y se fue desplazando por el espacio que había entre los coches aparcados y la pared. Iba descalza, no hacía ni el más mínimo ruido.

La mujer había abierto la puerta del conductor, tirado dentro un bolso y se había ido a la parte de detrás a dejar las demás bolsas en el maletero. La niña llegó justo hasta el coche que estaba junto al de la mujer. Esperó un segundo a que tuviera la cabeza bien dentro del maletero y se escabulló en el interior por la puerta abierta, casi sin tocarla. Se acurrucó detrás del asiento del conductor hecha un ovillo. En la oscuridad era prácticamente invisible.

La mujer cerró el maletero, se subió al coche y cerró la puerta. Mientras metía la tarjeta de arranque en la ranura sintió algo, una presencia, aunque no sabía que la niña estaba allí. Se le erizaron los pelos de la nuca, pero no quiso ceder al miedo. Arrancó, encendió la radio y salió del aparcamiento.

Después de callejear un rato, salió a una carretera secundaria que le llevaría hasta el pueblo de al lado, donde estaba su casa. Era noche cerrada, no había luna, cuando las luces de la ciudad quedaron atrás, sólo los faros del coche rompían la oscuridad a su alrededor.

La niña sintió que era el momento de salir de su escondite, se incorporó lentamente, en absoluto silencio y se sentó en el centro del asiento trasero.

La mujer iba conduciendo atenta al brillo de los ojos de algunos animalillos que se movían cerca de la carretera, no quería atropellar a ninguno por accidente. De vez en cuando miraba por el espejo retrovisor como parte del acto reflejo de conducir, pero esta vez, cuando miró el espejo rectangular, en vez de la negrura de la noche dejada atrás por su coche, la vio a ella sentada inmóvil mirándola fijamente. La niña se levantó muy despacio acercándose al asiento de la mujer centímetro a centímetro. En cuanto comenzó a moverse, la mujer empezó a gritar histéricamente, abrió la puerta con el coche en marcha e intentó saltar sin dejar de gritar, pero el cinturón de seguridad se lo impidió. Mientras intentaba soltar el cinturón, volvió un segundo la vista y se encontró a la niña tan cerca, casi encima de ella, que pudo oler su olor a pelo quemado. La niña, en un gesto instantáneo, agarró la cara de la mujer con la mano. Era una mano pequeña, apenas abarcaba la distancia entre los dos ojos de la mujer, pero apretaba con tanta fuerza que la mujer tuvo claro que le sacaría los ojos si no se la quitaba de encima.

Para entonces ya había soltado el volante y los pedales y el coche iba derivando poco a poco hacia fuera de la carretera. La rueda delantera se salió por fin y comenzó a traquetear entre los matojos y la tierra que bordeaban aquella ruta. El resto del coche siguió de inmediato la trayectoria de la primera rueda y en un par de segundos el coche saltaba violentamente campo a través.

Ocurrieron varias cosas a la vez, la mujer consiguió liberar el cinturón y salió despedida por la puerta, la rueda trasera le pasó por encima de las piernas mientras rodaba por la tierra, la niña aunque estaba agarrada a los asientos, rebotaba por el interior del coche golpeándose con el techo y los reposacabezas y el coche, tras un violento salto, acabó girando sobre sí mismo y dio varias vueltas de campana.

Entonces se hizo el silencio.

El Mal – Capítulo 5

En la UCI las luces no se apagan nunca. El ser se revuelve inquieto mientras intenta conectar con el cuerpo de la niña. Si tuviera forma de perro, que no la tiene, estaría con babas blancas rodeándole la boca y con los ojos inyectados en sangre. De pronto sabe que ha conectado con el cuerpo de la niña, siente que puede moverlo.

Una enfermera vigila las constantes vitales de otro paciente, mientras lo hace, la niña levanta el brazo izquierdo pero la muñequera se tensa impidiéndole levantarlo más. El ser desde el interior de la niña fuerza el movimiento, lo fuerza con la energía de un ser sobrenatural, sin la limitación que supone sentir el dolor del cuerpo cuando se rompen los huesos y los tendones. La niña tira de la muñequera con tanta fuerza que su mano cruje y se escurre de la presa que la retenía. Aun así no ha hecho prácticamente ruido y cuando está levantando el brazo, la enfermera termina lo que estaba haciendo y se marcha de la UCI sin ver lo que estaba sucediendo. La niña tantea con la mano alrededor, al moverla se aprecia cómo el dedo meñique cuelga fláccido, roto. Ahora también puede mover los ojos. El ser en su interior está histérico porque está tomando el control. No es alegría, es histeria, es locura. La niña agarra una lámpara extensible que está a su alcance, desenrosca rápidamente la bombilla, mete dos dedos en el casquillo y como no sucede nada, los saca, pulsa el interruptor de la lámpara y los vuelve a meter. Un fogonazo brota del casquillo y la mano de la niña es repelida con violencia. Automáticamente se apagan todas las luces de la UCI y se enciende solamente una pequeña luz de emergencia que queda lejos de la cama donde yace la niña que cada vez se mueve más inquieta.

Si el ser pudiera gritar, hubiera gritado de pura locura. Con una velocidad que los músculos de una niña de nueve años no podrían conseguir, la niña se desata la mano derecha y los tobillos. Tiene la mano izquierda chamuscada y medio rota pero no muestra ningún gesto de dolor. Su cara sigue tan inexpresiva como cuando estaba tumbada inerte. Se baja de la camilla velozmente y sale corriendo hacia la parte más oscura de la habitación, allí encuentra una puerta, la abre, se escabulle por ella y sigue corriendo por todos los lugares oscuros que encuentra. Llega al fin a un ascensor pequeño que se usa como montacargas, se sube pulsa el botón del sótano -3 y mientras el montacargas baja lentamente, se las ingenia para llegar hasta los tubos fluorescentes del techo y arrancarlos con las manos.

Finalmente el montacargas, completamente a oscuras, se detiene en el sótano -3 y la niña, con la cara de un demonio, arañada y ensangrentada, se agazapa en un rincón esperando a que aparezca alguien.

El Mal – Capítulo 4

Ahora la niña descansa en una camilla de la UCI del hospital. Tiene puesto un camisón como todos los demás pacientes, está tumbada boca arriba, tiene atadas las muñecas y los tobillos con blandos brazaletes de gomaespuma. Las enfermeras ya se han dado cuenta de que algo no va bien en ella. Desde que ingresó, no ha dejado de mirar al techo y lo que es aún peor, no ha pestañeado ni una sola vez. La jefa de enfermeras ha dado instrucciones de utilizar lágrimas artificiales si observan que se le secan los ojos, aunque por el momento parecen normales. Lo que las enfermeras comentan además es que, aunque parece que la niña no está allí con ellas, tiene una presencia invasiva, enorme, imposible de ignorar, se han dado cuenta de que resulta muy incómodo darle la espalda, cuando lo hacen, la sienten tan cerca como si estuviera a punto de hablarles por encima del hombro.

Los padres están al otro lado del cristal, en el pasillo. La madre no para de llorar en silencio y el padre guarda silencio con una cara de preocupación imposible de borrar preguntándose una y otra vez qué puede ocurrirle a su hija. En eso están cuando se acerca la doctora de urgencias que ha atendido a la niña desde que llegó. Lleva los resultados de unos análisis en la mano izquierda.

– ¿Los padres de la niña?
– Somos nosotros.
– Bien, según los resultados de estos análisis, su hija tiene un cuadro de shock post-traumático que no tiene nada de especial. Estará tranquila con los pocos sedantes que le hemos administrado y probablemente remitirá en veinticuatro horas –les informa la doctora.

Los padres sienten cierto alivio pero intuyen que hay algo más, porque efectivamente la niña que hay tras el cristal no parece que esté como si no le pasara nada.

– El problema está en su cerebro – les dice la doctora con voz calmada. – El primer encefalograma que hemos hecho revela una actividad cerebral completamente inusual – la doctora les enseña una tira estrecha y alargada con una gráfica como de terremoto. – En los pocos minutos que la hemos escaneado hemos registrado estados cerebrales imposibles, ha pasado de un estado más o menos normal a un estado comatoso, a otro esquizofrénico y a otro catatónico. Eso en sí mismo es extremadamente raro, pero más raro aún es que su cuerpo ha permanecido tan inmóvil como lo está ahora mientras su cerebro tiene una actividad tan atípica.

La doctora calla y les da tiempo a asimilar lo que les ha dicho, pero ellos guardan silencio esperando una conclusión.

– Vamos a hacerle más pruebas a su cerebro para intentar averiguar qué le ocurre. Mientras tanto intenten descansar en la sala de descanso, nosotros estaremos vigilándola constantemente y le haremos saber cualquier información que sea importante.
– Gracias doctora – dice el padre con una voz tan preocupada como la del hombre que sabe que va a morir mañana y nada puede evitarlo.

La doctora se marcha por donde ha venido y los padres se miran a los ojos sin poder decirse nada.

 

Dentro de la niña el ser que la habita se mueve inquieto como un coyote enjaulado. Lo que él ve es oscuridad y una rendija horizontal por la que entra la luz de la habitación de cuidados intensivos. Se asoma inquieto a la rendija y de vez en cuando ve pasar a las enfermeras. Intenta mover el cuerpo de la niña pero no lo consigue, no sabe cómo manejarlo y eso le provoca una ira creciente que le hace rebufar y revolverse en el interior de ella. El ser sólo sabe una cosa, necesita hacer el mal y para ello necesita que se apaguen las luces, necesita oscuridad.

El Mal – Capítulo 3

Entonces suceden varias cosas a la vez, se oye la puerta de entrada en el piso de abajo, la niña gira la cabeza a la izquierda con los ojos muy abiertos porque ese sonido significa que llegan sus padres y ellos son la salvación. Cuando gira de nuevo la cabeza al frente, aún sentada en el suelo sobre un charco amarillento, el fantasma gigante de color arcilloso translúcido ya no está a un metro de ella, sino que se ha inclinado y tiene algo parecido a un rostro a tan sólo un centímetro del suyo. Entonces ella percibe su olor, huele a quemado, a ceniza quemada, a pelo quemado, y esta vez sí que se dispone a chillar como una loca inundada por un miedo como nunca antes en su vida ha sentido, pero cuando abre la boca para hacerlo, el fantasma de arcilla translúcida se impulsa violentamente hacia adelante y comienza a meterse dentro de ella a toda velocidad. Es muy grande y tarda unos segundos en suceder, la niña siente dolor, le duele la cara, los ojos, la boca, toda la piel está siendo traspasada por esa entidad de la que jamás había oído hablar. Cuando el último vaho transparente del fantasma desaparece velozmente dentro de ella, la niña comienza a gritar salvajemente y a arañarse la cara con la intención de arrancarse con las uñas aquel horror que se había metido en su interior.

Cuando sus padres, que entraban charlando tranquilamente en la casa, oyen los gritos y los golpes en el piso de arriba, suben precipitadamente la escalera y en dos pasos franquean la puerta de la habitación. Lo que ven allí supera con creces cualquier experiencia aterradora que hubieran vivido anteriormente.

El Mal – Capítulo 2

Con la luz encendida se queda inmóvil intentando entender qué ha pasado. El corazón empieza a latirle rápido en el pecho. Ahora ya lo siente, sabe que hay algo detrás de ella. Despacio, muy despacio, va girando la cabeza y después el cuerpo. A medida que va girando ve el mueble de juguetes que está bajo el marco de la ventana, ve la cama que está a su lado, el rincón de la habitación donde se encuentra la cama colocada, las pegatinas que adornan la pared. Llegado ese punto, por el rabillo del ojo izquierdo comienza a ver lo que hay allí, es enorme y emite una luz arcillosa y tenue, es como un enorme sarcófago egipcio puesto de pie. Pero no es un sarcófago. La niña termina de girarse por completo y se queda sentada en el suelo mirando aquello. No es un sarcófago. Tiene esa forma, pero es translúcido, ella puede ver muy difuminada la pared que hay detrás. La luz arcillosa y tenue palpita con una cadencia lenta. No hace ningún tipo de ruido. Está tan asustada que se le ha olvidado gritar y se ha hecho pis encima.

El Mal – Capítulo 1

Una niña de nueve años juega sentada en el suelo de su habitación. Está rodeada de juguetes. Es de noche, por la ventana sólo se ve oscuridad, y por algún motivo la han dejado sola en casa. De pronto se acuerda de que la luz de su habitación se enciende cuando detecta movimiento y se apaga cuando no lo hay durante medio minuto. Decide jugar a eso. Se queda inmóvil durante treinta segundos y la luz se apaga. En medio de la oscuridad total, los sonidos se oyen mejor, sopla algo de brisa fuera, más allá de la ventana, uno de los muebles de la habitación emite un pequeño crujido de madera.

Entonces, junto a su oído izquierdo oye claramente un susurro, un gemido, no muy fuerte, pero decididamente algo que no puede producir ningún mueble ni ninguno de los juguetes que la rodean. Va a moverse para que la luz se encienda pero antes de que lo haga la luz se enciende sola.

12/10/2016

Colonizar Marte, o Titán, o Europa, me parece interesantísimo. Si tuviera la oportunidad de apuntarme a cualquiera de esas expediciones, lo haría con los ojos cerrados. Sin embargo, pienso en las dificultades de ir hasta Marte, en las dificultades del entorno, de la gravedad, de las bajas temperaturas, del CO2 como principal componente de la atmósfera y me pregunto si, con todo ese dinero, no sería más fácil colonizar la Tierra.