El Mal – Capítulo 5

En la UCI las luces no se apagan nunca. El ser se revuelve inquieto mientras intenta conectar con el cuerpo de la niña. Si tuviera forma de perro, que no la tiene, estaría con babas blancas rodeándole la boca y con los ojos inyectados en sangre. De pronto sabe que ha conectado con el cuerpo de la niña, siente que puede moverlo.

Una enfermera vigila las constantes vitales de otro paciente, mientras lo hace, la niña levanta el brazo izquierdo pero la muñequera se tensa impidiéndole levantarlo más. El ser desde el interior de la niña fuerza el movimiento, lo fuerza con la energía de un ser sobrenatural, sin la limitación que supone sentir el dolor del cuerpo cuando se rompen los huesos y los tendones. La niña tira de la muñequera con tanta fuerza que su mano cruje y se escurre de la presa que la retenía. Aun así no ha hecho prácticamente ruido y cuando está levantando el brazo, la enfermera termina lo que estaba haciendo y se marcha de la UCI sin ver lo que estaba sucediendo. La niña tantea con la mano alrededor, al moverla se aprecia cómo el dedo meñique cuelga fláccido, roto. Ahora también puede mover los ojos. El ser en su interior está histérico porque está tomando el control. No es alegría, es histeria, es locura. La niña agarra una lámpara extensible que está a su alcance, desenrosca rápidamente la bombilla, mete dos dedos en el casquillo y como no sucede nada, los saca, pulsa el interruptor de la lámpara y los vuelve a meter. Un fogonazo brota del casquillo y la mano de la niña es repelida con violencia. Automáticamente se apagan todas las luces de la UCI y se enciende solamente una pequeña luz de emergencia que queda lejos de la cama donde yace la niña que cada vez se mueve más inquieta.

Si el ser pudiera gritar, hubiera gritado de pura locura. Con una velocidad que los músculos de una niña de nueve años no podrían conseguir, la niña se desata la mano derecha y los tobillos. Tiene la mano izquierda chamuscada y medio rota pero no muestra ningún gesto de dolor. Su cara sigue tan inexpresiva como cuando estaba tumbada inerte. Se baja de la camilla velozmente y sale corriendo hacia la parte más oscura de la habitación, allí encuentra una puerta, la abre, se escabulle por ella y sigue corriendo por todos los lugares oscuros que encuentra. Llega al fin a un ascensor pequeño que se usa como montacargas, se sube pulsa el botón del sótano -3 y mientras el montacargas baja lentamente, se las ingenia para llegar hasta los tubos fluorescentes del techo y arrancarlos con las manos.

Finalmente el montacargas, completamente a oscuras, se detiene en el sótano -3 y la niña, con la cara de un demonio, arañada y ensangrentada, se agazapa en un rincón esperando a que aparezca alguien.