— ¿A dónde vamos a ir este verano?
— Podríamos ir a Koh Kradan, a disfrutar de los desayunos de pan frito con miel y del solitario mar azul turquesa. Seguro que seríamos los únicos en toda la isla.
— O podríamos ir a Zahara de los Atunes con la caravana de tu hermana.
— Es que hay que engancharla de remolque y lo divertido es ir todos dentro mientras viajamos.
— Ah.
— ¿Y qué tal Kioto? Podríamos quedarnos en un ryokan de los que tienen una puerta trasera corredera que da a un bosque.
— No es mala opción. También podríamos ir a Canarias, no he estado nunca allí.
— Sí, yo tampoco he estado.
— O podríamos ir a Crémenes otra vez. El año pasado hacía tres grados mientras aquí hacía cuarenta.
— Creo que prefiero Hong Kong. Aunque llueva y haga calor. Quiero estar otra vez esperando el ferry para cruzar de Kowloon a Central en cinco minutos. Desde ese muelle que huele a algas, a sal y a gasoil. Y pasear por Nathan Road y las callecitas paralelas curioseando en las miles de tiendas extrañas. ¿Te acuerdas cuando nos hicieron subir a un segundo piso desde la calle para vendernos cuadros que después eran todos de tigres y montañas chinas? Pero sobre todo quiero volver a la isla de Lantau, para ver al buda y para quedarnos en el Silvermine Hotel.
— Ayúdame a recoger la mesa.
— Vale.