– ¡Nooo, noo, no!…– Mike sollozaba sentado en el suelo del pasillo y recostado contra la pared. Las piernas recogidas en un abrazo y la frente apoyada en las rodillas.– ¿Por qué lo has hecho Rob, por qué…?– Y el sonido de su voz se disolvía en el llanto que no podía parar.
– Lo siento, Mike– respondió la voz sintética de la IA que gobernaba la nave.– Tenía que tomar una decisión in extremis y no tuve más remedio.
– ¡Pero Sophie, era mi mujer!, ¡era un ser humano, por el amor de Dios!, ¿cómo has podido matarla?¬– Le gritó a una de las pantallas que había en la pared de enfrente sin dejar de llorar.
– Lo siento, Mike, créeme que lo siento –respondió Rob con programada emoción–, no pude hacer otra cosa. El suministro de oxígeno ha sufrido una avería y no habrá suficiente para los tres hasta llegar a Titán.
– Pero ¡por qué ella!– gritó loco de furia Mike mirando a la pantalla con ojos vidriosos.
– Sophie era mayor que tú– respondió Rob.
– ¡Pero solo un año, Rob!, ¡solo un año!– rugió Mike.
– Esa diferencia es suficiente en una decisión de sí o no, Mike. Lo siento.– Respondió Rob con voz calmada.
– Mierda, mierda, mierda…– Sollozaba Mike– ¿Y Claire?– Preguntó casi en un susurro.
– La niña está bien, Mike, al igual que tú,– respondió Rob.
Entonces Mike se levantó trastabillando y se dirigió a la habitación de control de la nave. Cientos de indicadores parpadeaban en tableros de mando y paredes. Mike manipuló unos cuantos y una gran X roja apareció en las pantallas junto a la pregunta: “¿Está seguro de que desea regenerar una nueva IA y desprogramar la actual?”. Debajo de la pregunta había una lista de precauciones y advertencias sobre todo lo que ocurriría al borrar la IA de la nave en pleno viaje.
– No me apagues, Mike–, dijo Rob con voz tranquila–, cualquier otra IA que actives habría hecho lo mismo que yo.
Las lágrimas de Mike resbalaban por sus mejillas y caían sobre el tablero de mandos distorsionando levemente las letras bajo el cristal. Tenía la cabeza gacha y las manos apoyadas sobre los controles.
Súbitamente, se irguió, giró sobre sus pies y salió de la habitación de control. Caminó a paso ligero, empujó una puerta con el rótulo Enfermería y, cuando las luces se amplificaron ante su presencia, se plantó delante de un almacén computerizado de medicamentos. Tecleó varias instrucciones en la pantalla adjunta y en pocos segundos aparecieron cuatro jeringuillas finas, llenas de un líquido transparente como el agua.
Mike las abrió todas sobre el mostrador de la enfermería y, sin dudarlo, se las inyectó una tras otra en la vena más prominente del brazo derecho.
A los pocos minutos, Mike estaba tumbado en el suelo inconsciente. Y unos pocos minutos después, Mike estaba muerto. Su corazón se había detenido por el exceso de anestésicos.
La nave continuó su viaje a Titán en medio del mismo silencio inmutable que la había rodeado durante meses. En el interior solo unas pocas luces ténues indicaban que la nave estaba operativa.
Sophie salió de la hibernación unos días después. Cuando descubrió a Mike tendido en el suelo de la enfermería intentó reanimarlo durante algunos minutos hasta que asumió que su muerte era irreversible.
– ¡Rob!– gritó a una de las pantallas de la enfermería–, ¡dime qué ha ocurrido aquí! ¡Ahora!
Rob le hizo un breve resumen de la situación y le enseñó los vídeos donde se veía todo lo sucedido.
Sophie los miró en silencio mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas.
– ¿Por qué le mentiste, Rob? – Preguntó Sophie muy seria.
– Tenía que decidir a quién quitarle la vida y mis algoritmos no me permitían elegir a ninguno de los tres. Conociendo el perfil psicológico de vosotros dos creí que Mike no soportaría tu muerte y que se suicidaría como así ocurrió, lo cual era una solución satisfactoria al problema.
– Lo que tenías que haber hecho era despertarnos a los tres y dejarnos tomar nuestras propias decisiones, maldito hijo de perra.– Y sin mediar palabra, se dirigió a la sala de control y pulsó la gran X roja mientras la voz de Rob se interrumpía en medio de un «No me apa…»