– Una vez hicimos una cabalgata de Reyes en Dhaka.
– …
– Dhaka, Bangladesh.
– Al norte de la India.
– Eso es. Éramos solo doce o trece españoles en todo el país, era 5 de enero y estábamos a 9.000 Km de calles pringosas de carámelos, gritos de chiquillos locos y Reyes Magos lanzando carámelos a puñados desde carrozas de fantasía iluminadas por focos de colores. Fue muy raro, en realidad. Nosotros sabíamos lo que estábamos haciendo, nos buscamos telas para hacernos los disfraces, a mí me pintaron de Baltasar tiznándome la cara con un corcho quemado… Pero el sentido profundo de aquello era incomprensible. Piensa que los Reyes vinieron de Oriente, pero nosotros estábamos en Oriente.
– Je, je.
– Me acordé del día que leímos el cuento de Alí Babá y los cuarenta ladrones en clase de bangla. El cuento comenzaba: «Érase una vez un leñador llamado Alí Babá que vivía cerca de la ciudad de París…».
– Je, je, claro, un cuento cuenta historias que suceden lejos, en lugares exóticos. Para un bangladeshi es mucho más exótico París que Persia, que son casi primos suyos.
– Exactamente (además Alí Babá significa literalmente Alí padre en bangla), pues ese tipo de rareza es la que conseguimos organizando una cabalgata de Reyes Magos en Dhaka, entre los barrios de Gulshan y Banani. Alquilamos varios bangaris, que son bicicletas con remolque, a los que acoplamos sillas del salón de casa. Nos sentamos allí arriba y empezamos a repartir lo que se nos ocurrió que sería mejor que caramelos, dada la pobreza del país: fruta, legumbres y huevos duros. Al cónsul por poco le da un ictus calculando cuántos cadáveres de españoles iba a tener que repatriar al día siguiente porque, al principio, la gente miraba la procesión con estupefacción, pero en cuanto entendieron que estábamos regalando comida, empezaron a cogerla con más avidez. Tanta, que comenzaron a quitárnosla de las manos y de las bolsas donde la llevábamos guardada. Al final acabamos huyendo como pudimos subidos en nuestras carrozas improvisadas. Nadie entendió nada pero nos lo pasamos bien.
– Como en el arte.
– Sí, artistas contando sus cosas frente a quienes no las entienden.
– …
– Sí, compañero, hay que contarlas. Necesitamos las historias de los demás, no ya para evolucionar, sino simplemente para vivir.