El peligro de olvidar algo en casa

– Cariño.
– Qué.
– He olvidado la cartera en casa.
– No tardes, por favor, que dentro de poco nos marcharemos y habrá que pagar la cuenta.
– En menos de diez minutos estoy de vuelta.

Cuatro minutos después estaba abriendo la puerta de su casa.

Cuando una casa está siempre habitada es muy extraño encontrarla vacía, parece como si el movimiento de sus habitantes hubiera dejado remolinos en el aire que permanecen girando mucho tiempo después de que se hayan ido, de la misma manera que hacen los peces y que permite a los tiburones perseguirles exactamente por donde han pasado aunque ya no estén a la vista.

Saber que la casa está vacía pero sentir lo contrario le erizó la piel de los brazos. Tenía que llegar hasta su dormitorio para coger la cartera. Sólo es una casa vacía, sólo son objetos, los mismos tanto si hay luz como si no la hay, la oscuridad no añade nada, se decía cruzando la casa y encendiendo todas las luces contradiciendo lo que justamente estaba pensando.

Bajó los dos peldaños desde la entrada de la casa hacia el salón, la tele apagada, los sofás vacíos, pero daba la sensación, sólo la sensación, de que alguien había estado sentado en ellos un instante antes. Miró al otro pequeño salón que estaba más allá del salón principal, aquel rincón estaba a oscuras, ¿habría alguien escondido allí? Mientras estas ideas pasaban por su cabeza iba cruzando la casa apresuradamente para volver lo antes posible al restaurante donde le esperaban su mujer y sus amigos.

Entró en su dormitorio y pulsó inmediatamente el interruptor de la luz, la cartera estaba en la mesita de noche, la recogió y sintió que había alguien detrás de él. El corazón se le iba a salir del pecho. Se volvió despacio y allí no había nadie.

El miedo le afectó a las tripas. Rodeó la cama y entró en el cuarto de baño. Además de encender la luz, cerró la puerta. Se sentó en el váter sin dejar de observarla. Terminó, se limpió, tiró de la cadena y, mientras se estaba subiendo los pantalones, la puerta tembló levemente. Podría ser una corriente de aire. Podría ser. Tembló de nuevo y, como si estuviera mal cerrada, hizo clac y comenzó a abrirse.

Se quedó petrificado. Mientras la puerta se abría lentamente, la luz de su dormitorio se apagó. Ahora ya estaba seguro, había alguien allí. Las rodillas comenzaron a temblarle como no sabía que las rodillas pudiesen temblar. La puerta terminó de abrirse pero no se veía a nadie tras ella, sólo la oscuridad del dormitorio. Sin terminar de abrocharse los pantalones del todo dio un pequeño paso en dirección a la puerta y entonces apareció un ser terrible. Una especie de enano deforme, de boca desproporcionada y ojos muy pequeños y muy juntos. Se movía poco a poco, mirándole fijamente. Antes de que pudiera reaccionar, el ser deforme saltó y le dio una dentellada en el abdomen. Por puro reflejo agarró al enano por el cuello hinchado y tiró de él hacia atrás para despegarlo de su cuerpo. Al hacerlo, el bocado del monstruo le desgarró la carne y los intestinos se le salieron del abdomen arrastrados por la feroz boca del pequeño monstruo.

– ¡AAAAAAHHHHHHHHHRRRRRRGGGGGGGG! – gritó con todas sus fuerzas y perdió el conocimiento.

El enano aprovechó para comerle las tripas tranquilamente, tal y como hacen los grandes felinos con sus presas.

De pronto sonó la puerta de la casa, eran la esposa y los amigos de la presa. El enano salió tranquilamente del cuarto de baño y se escondió bajo la cama del dormitorio a oscuras justo en el momento en que la mujer encendía el interruptor de la luz llamando a su marido.

Cuando entraron en el cuarto de baño lo encontraron inconsciente en el suelo con un pequeño charco de sangre junto a la cabeza. Se había desmayado y se había golpeado al caer.

Cuando consiguieron reanimarle él les miró desde un lugar donde todo es terror. Se miró el abdomen y no había ninguna herida allí. Se abrazó a su mujer, aún sentado en el suelo, y comenzó a llorar desconsoladamente.

Salieron todos al salón, sus amigos comenzaron a moverse por la casa con familiaridad, encendieron la tele, pusieron un canal de vídeos musicales y fueron sacando copas para quedarse un rato hasta que la situación se hubiera normalizado.

Les contó lo que había visto, lo que había sentido, todo, pero era evidente que lo había imaginado, porque la única herida que tenía era el corte en la ceja izquierda.

Al cabo de unas horas, ya se encontraba bien. La compañía de los amigos y las copas habían conseguido relajarlo. Finalmente se despidieron todos hasta el próximo día.

Su mujer y él se desvistieron en el dormitorio, se sentó cada uno en su lado de la cama y con sendos gestos se metieron bajo las mantas y apagaron la luz.

El peso de sus cuerpos combó levemente el colchón por debajo apretando la cabeza del enano contra el suelo de parqué.