Reseña sobre “El infinito en un junco”

Tan absorbente e interesante como una buena novela, pero no lo es, es un ensayo narrativo. Su contenido es fascinante desde el mismísimo título. Los juncos fueron el material que permitió pasar de escribir en tablillas de barro o pieles de animales a escribir en papiros, en papel. Todas las ideas que los seres humanos han sido capaces de pensar y transmitir pasaron alguna vez por encima de un junco convertido en papel. Todas esas ideas y las que vendrán de aquí hasta el infinito.

Irene Vallejo es una erudita, una filóloga a quien su padre le leía la Odisea cuando era una niña, antes de irse a dormir, la historia de Ulises que se echaba al Mar Mediterráneo para ir en busca de Penélope.

El infinito en un junco tiene dos virtudes fundamentales, primero el rigor histórico, documentado con detalle en la bibliografía que acompaña al libro y segundo el encanto narrativo de su autora. Irene Vallejo es la antítesis de un profesor de historia aburrido que solo habla de fechas y de reyes muertos. Irene transmite durante toda la obra su sorpresa inagotable ante los hechos del pasado que nos han convertido en los seres humanos que somos en el presente. Y cuenta anécdotas maravillosas como por ejemplo cuando Cleopatra se envuelve en una alfombra para escapar de su palacio, o cómo se creó la biblioteca de Alejandría. Al leer El infinito en un junco dan ganas de saltar atrás en el tiempo para visitar los lugares de los que habla. ¡Y los museos eran los lugares donde habitaban las musas!

Gracias, Irene, por ser una portadora de luz y de belleza.

Paco Pérez Caballero. El reseñáculo.