Se acababan de casar en una oficina de matrimonios de Nueva York. Bueno, en realidad no habían conseguido casarse, porque el funcionario les dijo que tenían que presentar el formulario relleno en el plazo de veinticuatro horas. Pero era como si fuera el día de su boda. Ella se había enfadado muchísimo por no poder casarse justo cuando quería. Un enfado de niña pequeña.
Estaban atascados en el viejo montacargas que subía a su piso. Él tenía los ojos vendados porque un rato antes le había caído formaldehído accidentalmente. Ella seguía enfadada como una niña chica. El montacargas no parecía que se fuera a caer, pero hacía unos ruidos feos. Con un gesto de resignación, se levantó las gafas y se quitó la venda húmeda, lo veía todo turbio. El montacargas se había parado entre dos pisos, de manera que se encaramó al borde del piso de arriba, que tenía más sitio para salir que el piso de abajo, abrió la puerta y volvió a descolgarse para ayudarle a ella a subir. Pero ella no quería subir primero, estaba asustada y le decía que subiera él y que le ayudara desde arriba. Él insistía, pero al final, por no discutir de nuevo, subió y, agachado desde el suelo del pasillo, le tendió la mano y la urgió a subir. El montacargas seguía haciendo ruidos como si realmente se estuviera rompiendo del todo y fuera a descolgarse. Ella se agarró a sus brazos, trepó y consiguieron tumbarse en el suelo del pasillo justo a la vez que el mecanismo se desmontaba por completo y la caja del montacargas se precipitaba al vacío arrastrando cables y maquinaria tras ella.
Los dos sonreían y jadeaban aún en el suelo, él apoyado en la pared del pasillo y ella tumbada bocabajo con la cabeza sobre el pecho de él. Entonces ella deja de moverse y se le vuelven los ojos, él se da cuenta de su desfallecimiento y la llama por su nombre moviéndole un hombro, y una segunda vez más insistentemente, sigue viéndolo todo muy borroso. Mueve la mano a tientas por el cuerpo de ella bajando por la espalda y la cintura y cuando llega a las nalgas se da cuenta de que ya no hay nada allí, sólo un torrente de sangre muy caliente. El montacargas ha cercenado su cuerpo al caer.
Él comienza a gritar como loco, a gritar, a gritar cada vez más, es el horror, es el miedo, es la mitad del cadáver de su amada inerte sobre su cuerpo….
El corazón me late acelerado y tengo que parar la película pulsando la barra espaciadora. Tengo toda la piel erizada.
Son más de las tres de la madrugada, estoy viendo la película sentado en la cama recostado contra la pared. Tengo el portátil al lado de la pierna y todas las luces apagadas.
Hoy estoy sólo en casa, mi mujer ha salido con las amigas y reina un silencio absoluto. La puerta de la habitación está abierta y sólo se ve oscuridad a través de ella. Oscuridad y la silueta de la barandilla de la escalera. Me levanto de la cama despacio y voy descalzo hasta la puerta para cerrarla. Se me erizan aún más los vellos de la piel. El único interruptor de la luz está justo al lado de la puerta, lo pulso y la claridad me molesta un instante a la vista acostumbrada a la penumbra de la habitación, que está iluminada sólo por la pantalla del ordenador.
El picaporte de la puerta chirría cuando lo bajo para cerrarla. Con la puerta ya cerrada y con los fantasmas del otro lado, apago de nuevo la luz y voy de vuelta a la cama para continuar viendo la película. En el mismo instante en que me siento en la cama, el picaporte comienza a moverse hacia abajo, despacio, chirriando igual que cuando lo he movido yo.
Me da tal ataque de pánico, que sin querer le doy con la mano a la barra espaciadora, porque justo estaba a punto de darle. Entonces el protagonista de la película comienza a chillar aterrorizado porque su mujer está muerta y mutilada sobre él y yo, en un acto reflejo, empiezo a gritar también como loco, encojo las piernas en la cama como queriendo alejarme de la puerta más de lo que estoy, busco nerviosamente a tientas el móvil para iluminar la habitación, pero como no dejo de mirar el picaporte que sigue bajando, lo que consigo es tirarlo al suelo. Grito cada vez más, creo que me voy a mear encima.
El picaporte llega hasta abajo y la hoja de la puerta comienza a abrirse lentamente.