El coche ya no está donde él lo había dejado, en medio de la carretera. Está bien aparcado en el arcén con las luces interiores y exteriores encendidas. Su amigo está dentro, en el asiento del conductor, sujetándose la mejilla izquierda con un trapo mientras con la derecha manipula un teléfono móvil. El muchacho va percibiendo todo esto a medida que se va acercando al coche. Su amigo levanta la vista de vez en cuando y mira alrededor pero todavía no le ha visto.
A medida que va andando tiene la absoluta certeza de que son tres los que se dirigen al coche, la niña, él y alguien más. Es una sensación tan nítida que casi siente que ese alguien camina a su izquierda y tiene la altura de un niño. De vez en cuando mira pero no hay nada allí. Y eructa todo el rato. Lo que sea que tiene dentro le produce gases.
Una de las veces que su amigo levanta la cabeza del móvil, le ve. Ve una sombra oscura que carga en brazos con lo que parece la niña loca en camisón que le atacó y a su lado parece que camina también algo grande y oscuro, quizá un perro muy grande o un enano, no puede apreciarlo. Están como a veinte metros del coche, en la parte de delante, como si vinieran del bosque que está tras ellos. Pero toda esta percepción dura sólo un segundo, porque al segundo siguiente está tan aterrado de lo que ve que pone el coche en marcha con una mano temblorosa como la de un enfermo de Parkinson, pisa el acelerador a fondo y el coche, que es un todoterreno, sale disparado hacia adelante haciendo rechinar sus grandes ruedas.
Cuando pasa velozmente a la altura de los que se acercaban al coche tiene ocasión de oír la voz de su amigo gritando su nombre y pidiéndole a gritos que detenga el coche.
– ¡Y una mierda! – grita histéricamente. Pero acto seguido pisa el freno con un temblor inaudito de su pierna derecha y mira hacia atrás desde su asiento.
Efectivamente lo que iluminan las luces traseras es su amigo con la ropa rota por todos lados llevando en brazos a la niña del camisón que tiene un aspecto horrible, toda manchada de sangre y tierra.
Abre la puerta del coche y saca el cuerpo apoyándose en el techo, pero mantiene dentro las piernas porque es incapaz de dar un paso fuera, del miedo que tiene.
– ¡Eh tío!, ¿eres tú? – grita con voz nerviosa.
– Sí, sí, soy yo, espérame, no me dejes aquí, por dios.
– ¡Espera, espera, quédate ahí, que da miedo verte! – le dice extendiendo el brazo e indicándole con la mano abierta que se detenga.
El muchacho se detiene con la niña desmayada en brazos y ve cómo su amigo baja muy despacio y da unos pasos en su dirección, sin dejar de tocar el coche, que de alguna forma es lo que para él traza la línea entre la vida y la muerte. Escapar como un rayo en su coche o morir allí. Eso siente.
– ¡Háblame tío! – le dice mientras da un paso más hacia él – ¿Qué haces con esa loca en brazos?
– Tengo algo dentro – le dice su amigo desde donde está parado.
– ¿Cómo?, ¿cómo que tienes algo dentro? – está a punto de darse la vuelta, subir al coche y salir de allí como un cohete. La cara le duele horrores, huele mucho a sangre y nota todos los sitios del cuello, del pecho y del abdomen hacia abajo donde se le ha ido secando.
– La niña está bien, creo que no está loca, sino que tenía algo dentro que la poseía.
– ¡Pero qué mierda me estás contando! – le grita el amigo desde donde está, ya a un par de metros por detrás del coche.
– Mira tío, te lo cuento tal como lo he visto, lo que fuera que tuviera la niña dentro ahora está dentro de mí – y suelta un sonoro eructo que intenta retener sin conseguirlo.
– No seas cerdo, tío. Pero ¿cómo es posible?, pero, pero… ¿te has vuelto loco tú también?
– Escúchame atentamente, algo terrible se ha metido en mi interior, lo ha hecho a través de la cara, me ha dolido como no te puedes imaginar y de alguna forma que no soy capaz de explicarte sé que lo tengo apresado. Pero también sé que no voy a aguantar indefinidamente esta tensión y no sé qué va a pasar cuando ya no sea capaz de retenerlo más.
Los dos amigos, desde la distancia que les separa, se quedan mirándose en silencio durante unos segundos intentando decidir qué hacer.
– Venga joder, súbete al coche y vamos a ver qué hacemos – le dice por fin dándose la vuelta y volviendo hacia el asiento del conductor – Y te juro por dios que como me pongas una cara rara te tiro del coche en marcha de una patada.
Al oír a su amigo, el nuevo huésped del ser se acerca al coche de una carrera, abre la puerta del asiento trasero y deja a la niña allí tumbada con suavidad. Cierra de un golpe, se sube a su asiento delantero, cierra la puerta y se queda mirando a su amigo que ha observado todos su movimientos en silencio pero sin dejar de temblar y sujetando de nuevo un trapo sobre la mejilla izquierda.
Está bien – dice el conductor. Apaga las luces del interior del vehículo y de nuevo todo se vuelve oscuridad, excepto lo que alumbran los faros del coche – vamos a ver qué hacemos – arranca el motor, hace que el todoterreno gire en la carretera y emprende el camino de vuelta por el que habían llegado hasta allí.