12/01/2016

Estaba yo manguera en mano lavando el coche, el domingo por la tarde, que amenazaba lluvia. El vecino salió y me lo dijo, va a llover, y yo le dije que mi móvil decía que no. Nos reímos, se marchó y empecé a frotar la chapa con la escoba llena de espuma.

En esa conversación estaba bocetado el sentido de una vida, lo he sabido después.

El día que dejamos Bangladesh, después de vivir cinco años allí, teníamos el vuelo por la tarde y lo que hicimos por la mañana fue dar clases de bangla, como habíamos hecho todos los lunes y miércoles desde que llegamos.

Ahora tengo un familiar de edad avanzada que está en el hospital y que probablemente ya no salga vivo de allí. Eso me hace verme a mí mismo en esa cama, sabiendo que se me acaba el tiempo, que se me acaba como parecía que nunca sucedería y me pregunto qué voy a hacer si se me da el caso en esas circunstancias. La respuesta está en lavar el coche y en dar la clase de bangla. Lo que voy a hacer es seguir vivo hasta que muera.

No he podido evitar pensar que David Bowie habrá hecho lo mismo y habrá estado creando maravillas hasta el último momento. ¿Para qué, si no, estamos vivos?