David Chunt es terrorista. Decidió serlo hace unos años, cuando, cumplidos los cincuenta, se quedó en el paro y en su país fue incapaz de encontrar otro trabajo tras más de un año de intensa búsqueda; cuando el subsidio por desempleo era tan ridículo que apenas le daba para comer unos pocos días; cuando la televisión y la radio seguían emitiendo como si tal cosa, como si no fuera todo una gran mierda de millones de personas viviendo en la infelicidad.
David Chunt sabía de explosivos y sabía de cavar túneles, así que trazó un plan y lo ejecutó con precisión. Durante semanas, cavó un túnel que iba desde un parque cercano hasta los cimientos del edificio del Parlamento. La entrada del túnel estaba camuflada por árboles y vegetación baja. Si no hubiera sido un proyecto macabro, podría haber sido muy interesante adentrarse, escaleras abajo, y caminar bajo tierra, en la más absoluta oscuridad, iluminado solo por una linterna, en una línea recta perfecta y levemente descendente durante cientos de metros. El túnel olía a tierra húmeda y a raíces cortadas.
David se basó en dos ideas fundamentales para conseguirlo, primero no utilizar más luz que la de una linterna instalada en su casco y segundo, una máquina perforadora eléctrica, muy cara, que robó de un proveedor de maquinaria bien conocido por él y que tenía la facultad de no dejar restos a su paso. La máquina utilizaba unas prensas hidráulicas instaladas alrededor de las cabezas perforadoras para compactar la tierra y la roca molida a medida que avanzaba. De esta forma, el túnel se mantenía sin puntales. Era un túnel estrecho, de menos de un metro de ancho y unos dos metros de alto.
Una vez que alcanzó la zona situada bajo los cimientos del parlamento, comenzó a cavar un laberinto de túneles para cubrir toda la extensión del subsuelo del edificio y marcó cada esquina con spray para encontrar el camino de vuelta una vez hubiera activado el detonador. Cuando todos los túneles estuvieron terminados llegó el día de la ejecución. Eligió un día en el que la mayoría de los parlamentarios, incluida la presidenta del país, estaban en el edificio. Colocó las cargas explosivas en cincuenta puntos estratégicos para que el Parlamento saltara por los aires. A la una del mediodía, mientras en el hemiciclo abarrotado los políticos discutían sobre estupideces, David Chunt activó el detonador. Tenía dos minutos para salir del laberinto y recorrer el largo túnel de vuelta al parque.
Nada más girar la primera esquina marcada con spray, la linterna fijada a su casco, parpadeó y dejó de funcionar para siempre.