Noche filipina

– Hola, guapo. – La chica que me había dicho eso era una filipina, morena, de ojos grandes y labios perfectos, tetas perfectas, culo perfecto y minifalda minúscula.

Me imaginé que sería una prostituta, porque yo estaba solo en la barra de un bar de playa en Boracay, con una temperatura también perfecta, de noche, tranquilo entre la gente diversa que va a disfrutar del casi eterno verano de la isla y, aunque no soy feo, no soy tan guapo como para atraer a mujeres perfectas vestidas de prostituta.

– ¿Qué tal, cómo estás? – le respondí mirándole afablemente a los ojos. Hablábamos en inglés.

– ¿Estás solo, me invitas a una copa? – me preguntó sin dejar de sonreír subiéndose a una silla alta que había junto a la mía.

La verdad es que yo no tenía ganas de follar con una prostituta esa noche. Mi mujer y yo habíamos roto tan solo dos días antes, después de veinte años de matrimonio y en medio de unas vacaciones. Tenía un estado de ánimo complicado.

Ella me miraba y guardaba silencio, sólo giró la cabeza un momento para pedirle su bebida al barman.

– ¿Vives en Boracay? – le pregunté por saber algo de ella.

– No, en Malay, la isla grande de al lado – respondió después de darle un sorbo a su bebida.

– Eres una prostituta, ¿verdad? – le pregunté, porque no tenía ganas de teatros, ni de maquillajes, ni de mierdas. Me había salido mal un matrimonio de veinte años y necesitaba silencio o, en su defecto, la verdad y nada más que la verdad.

Ella no dejó de mirarme a los ojos ni por un momento, y sonreía con la tranquilidad de quien tiene la vida resuelta, ¿cómo era posible? Tenía el pelo negro y largo, le caía por el hombro y le llegaba a la mitad del brazo.

– La prostitución es ilegal en Filipinas, – hizo una pausa y tuve la certeza de que estaba leyendo en mi interior, – pero sí, soy una prostituta. ¡Espero que no seas un policía! Ja, ja ,ja – y me enseñó unos dientes perfectos.

Por primera vez en dos días tuve que sonreír.

– Hoy no tengo ganas de sexo, no tengo un buen día, pero puedes probar a quedarte y si conseguimos pasar el rato charlando te lo pagaré como si hubiéramos follado. – Le dije con tranquilidad.

– ¿Por qué no tienes un buen día? – me preguntó a modo de respuesta.

Resoplé un poco, agaché la cabeza y me pasé la mano por el cuello y la nuca.

– Mi mujer y yo terminamos hace dos días, llevábamos juntos más de veinte años – le resumí en una frase.

– Yo también estuve casada, con un chino, pero me pegaba mucho y lo dejé. Ahora sólo me casaría con un occidental como tú, que tuviera dinero y me tratara bien – me resumió ella en dos frases, mirándome como supongo que las sirenas miraron a los primeros navegantes que las encontraron.

Ahora ya me llegaba también su olor, un olor a flores y a frutas delicioso.

– Y si no tuvieras que ser prostituta, ¿qué te gustaría hacer? – le pregunté.

– Pinto bien, también sé hacer ropa muy bien y he trabajado a veces en el campo y me gusta, pero pagan muy poco. – Me respondió.

– ¿Qué te gusta de trabajar en el campo? – continué mi interrogatorio.

– Te levantas antes del amanecer, estás fuera de la ciudad, que siempre es de locos, y cuando se va a poner el sol se termina el trabajo. Los compañeros de trabajo son divertidos. – me contó.

– ¿Cuánto cobras como prostituta? – le pregunté.

– Treinta dólares chupar, cincuenta dólares follar – dijo sin un pestañeo, y continuó: por hablar te cobraré lo mismo que por follar, porque hablar es sexo – argumentó.

– ¿Cómo? – pregunté divertido – ¿Qué significa que hablar es sexo?

– El sexo es comunicación. Con los cuerpos se comunican cosas. Hablar es comunicación. Hablar y follar son dos intensidades de la misma actividad: sexo – me explicó como una absoluta entendida en el tema.

En una fracción de segundo supe que la había prejuzgado y subestimado, como se hace tantas veces con todo en la vida. Es inevitable, por otra parte, el cerebro necesita prejuzgar. Si te va a comer el tigre más vale que tu cerebro haya prejuzgado que un tigre hambriento viene a por ti. Y rápido.

Una pobre prostituta filipina, una ignorante del mundo y de sus mecanismos… Craso error. Una mujer de cuerpo perfecto con una vida difícil en un país más difícil aún.

Hablamos de sentimientos, de ver amanecer, del sentido de la vida, del de la muerte. Horas hablando, era buena en su trabajo. Al final, cuando ya era hora de marcharnos, le dije que se viniera conmigo al hotel.

Teníamos el estado físico perfecto para follar, habíamos bebido lo suficiente como para flotar, pero no estábamos borrachos, habíamos hablado mucho, lo cual era sexo de intensidad verbal, según mi inesperada acompañante, y nos habíamos calentado de camino al hotel.

Le quité el top, el sujetador, ella me desabotonó la camisa. Había poca luz en la habitación, la que salía de detrás del cabecero de la cama. Nos besamos. Besaba muy bien y olía muy bien. Me desabrochó los pantalones y, a la vez que los bajaba, fue bajando con sus labios desde mi boca hasta mi pene recorriendo el cuello, el pecho y mi vientre. Un placer, inabarcable, similar al del primer buche de cerveza helada cuando estás sediento.

Le quité la mini-minifalda. Un tanga precioso, un monte de venus prominente, se lo bajé hasta los muslos y me detuve. Muy detenido. Muy quieto. Allí no había un monte de venus perfecto, ni una vagina perfecta, había un pene pequeño y aplastado por la presión del tanga durante horas.

Apagué la luz.