11/02/2016

Al día siguiente de morir Santiago Carrillo me bajaba yo de un AVE en Santa Justa y oí a dos jóvenes comentar entre ellos, sonrientes, con INQUINA, hoy me voy a tomar un cervezón para celebrar que se ha muerto el hijoputa ése. Se me encogieron las tripas.

En un vídeo de los cientos que hay en Youtube sobre Pablo Iglesias, aparece él dando una charla, mucho antes de su popularidad política, comentando sonriente, con INQUINA, que en no recuerdo qué momento de manifestaciones, él estaba atendiendo quehaceres de la universidad en vez de estar en la calle repartiendo palos a los fachas. También se me torció el gesto.

Un amigo me contaba el otro día que dos chavales que están en su círculo cercano utilizaban frecuentemente las expresiones «puto moro», «puto negro», etc. Él les decía que si se habían parado a pensar qué significaban exactamente esas expresiones de INQUINA. Evidentemente no lo habían hecho.

Ayer vi a una perra sentada erguida en la acera y mirando fijamente al otro lado de la calle. Un chucho joven de brillante pelo café con leche. Era preciosa. Y también era preciosa su fijeza. Era el polo opuesto a todo lo que significa la palabra INQUINA. Su actitud noble, tranquila, desprovista de miedos me hizo pensar que, nosotros, que somos tan animales como ella, también podríamos tener la misma actitud, todos nosotros. Entonces ¿por qué no la tenemos?

No la tenemos por la falta de belleza (en el comportamiento y de todo tipo) que mamamos desde que nacemos. Y lo contrario, la tienen todos aquellos que se crían rodeados de ella.

Es la falta de amor la que llena los bares. Es la falta de belleza la que retuerce las tripas y la que genera esa INQUINA malsana que nos está destruyendo como una gangrena o un cáncer lento e imparable.

Y se puede emanar belleza siendo cursi y rosa o siendo más bruto que un saco de martillos. Pintando corazoncitos o deteniendo la pala excavadora unos segundos para que le dé tiempo a salir a un ratoncillo extraviado entre las piedras.

Emanar belleza es un acto de heroicidad, dados los tiempos que corren. Una actitud dificilísima de mantener en el tiempo, pero no imposible. De verdad, no imposible.