La cagada

RELATO de Paco Pérez

R. tenía ocho años y estaba en el colegio. El profesor les había castigado por algo y no podían salir de clase y de pronto le entran unas ganas incontenibles de cagar. Don Manuel necesito ir al servicio. ¡DE AQUÍ NO SE MUEVE NADIE! Pero es que no me aguanto, de verdad. El profesor le dirigió una mirada de ira, su párpado izquierdo tembló varias veces involuntariamente. R. apretó el culo y cerró los ojos para concentrarse en hacer fuerza hacia dentro.

Cuando por fin el profesor les dejó salir de clase, R. se fue directo a los servicios. Le ocurre a los esfínteres que cuando el cerebro cree que en breve se va a poder evacuar se relajan. Es decir que cuando R. llegó a la puerta de los servicios la tortuga ya había asomado la cabecita. Pero dentro del servicio había una limpiadora, la peor de todas, la que más mala leche tenía y a la que todos los niños le huían. Cruzó el palo de la fregona en la puerta y dijo secamente ESTOY LIMPIANDO, VETE A TU CASA A HACER LO QUE TENGAS QUE HACER NIÑO. R. contuvo el aliento y volvió a hacer un esfuerzo sobrehumano de culo para que la tortuguita se metiera en casa de nuevo.

Salió corriendo de la escuela entre el montón de niños que también salían corriendo de ella. Probablemente él era el único que se estaba cagando vivo. Corrió por las aceras, corrió al cruzar los pasos de cebra, la mochila iba botando de un lado a otro de la espalda. El sudorcito frío que le caía por las sienes no era sólo por la carrera. Entonces cometió el error: se detuvo a recobrar el aliento. Se inclinó un poco hacia delante para apoyar las manos sobre las rodillas y se le escapó un pedo. Al hacer pop ya no hubo stop. Se incorporó como un resorte con los ojos como platos intentando frenar lo que venía, pero no había freno que parase tanta cantidad de mierda. R. dio dos pasitos discretamente hacia fuera de la acera y entre dos coches aparcados se cagó encima como un bendito.

Fue andando deprisita el corto trecho que le quedaba hasta su casa. Entró en el portal, saludó al portero sin detenerse y subió al segundo saltando los escalones de dos en dos. Al menos ya estaba en casa, ding dong. Sólo pensaba en irse directo al baño, ding dong ding dong. Ensucasanohabíanadienomejodas. Bajó a pedirle una llave al portero, Luis déjame una llave de mi casa que no hay nadie, uy pues se las han llevado todas, aquí no hay ninguna copia. Bueno, no pasa nada, subiré al tercero a pedírsela a la vecina. Oye R-ito, mira a ver si has pisado una caca de perro, hijo, que llevas un olorcillo…. Sí Luis, si ya lo sé, le dijo desde lejos, subiendo de nuevo los escalones de dos en dos.

¡Hooooola R-ito! le abrió la puerta la vecina, pasa hijo pasa. R. miraba un poco hacia abajo y le dijo, no si sólo quería la llave de mi casa, que no hay nadie y tengo que ir corriendo al baño. Ay hijo, pues entra aquí, que no pasa nada. Entonces le llegó a la vecina el tufo de mierda que salía de la ropa de R. por todos los huecos posibles, arrugó la nariz y le dio una llave del llavero de la pared en un microsegundo. Corre hijo, corre, que te lo vas a hacer encima. R. ya bajaba las escaleras corriendo de nuevo y pensando, eso ya no hay quien lo arregle señora.

Entró en casa, dejó la mochila resbalar de los hombros al suelo y se fue directo al cuarto de baño. Se sacó la camiseta y comprobó asqueado que la mierda había rebosado por encima del pantalón y le manchaba el bajo de la espalda, ¡ejjjj! las zapatillas de deporte, los calcetines, el pantalón, todo estaba hasta arriba de mierda pero se podía enjuagar y meter en la lavadora, lo que no tenía solución eran los calzoncillos. Se los quitó con cuatro deditos, dos de la mano izquierda y dos de la derecha. Los sostuvo después frente a él, con sólo dos, estirando el brazo todo lo que podía y pensando qué hacer con aquello y lo tuvo claro: por la ventana. Agarró con fuerza el elástico de los calzoncillos mientras la carga mortal colgaba como una piedra en una honda, estiró el brazo hacia atrás y describió un potente arco apuntando a la ventana.

El paso del tiempo y la lejía lo han borrado casi todo, pero aún hay algunas suaves sombras parduzcas a día de hoy, cuarenta años después, con las que se puede redibujar en ese cuarto de baño la trayectoria de mierda que dibujó R. en la puerta, pared, techo y la otra pared hasta llegar a la ventana. La ventana, que no era ventana, sino ventanuco, daba al patio del vecino del bajo, pero R. lanzó los calzoncillos con tanta fuerza que quedaron pegados en la pared de enfrente junto al ventanuco del cuarto de baño del vecino. Y ahí estuvieron un mes entero hasta que una lluvia los hizo resbalar hasta el patio de abajo para regocijo de su vecino.

 
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