Chascos

RELATO de Hugo Camps

El día que nací, supongo que la conjunción de Marte con Júpiter estaría de capa caída, o por decirlo en términos políticos, las relaciones bilaterales entre ambos astros no avanzaban según los acuerdos establecidos. Con esta parrafada quiero decir que tengo muy mala pata, que es un eufemismo del siniestro total con patas que estoy hecho. Ya mi madre me lo decía el día de mi primera comunión: “Hijo, es que hay gente que nace con estrella y otros que nacen estrellados, y por favor, sácame el pie del cubo de la fregona que mira cómo te has puesto el pantalón de marinerito”.
Entre los avatares que me han tocado vivir, en este vía crucis que algunos se empeñan en llamar cotidianeidad, otros, perra vida, lo mío ha sido un tropel de situaciones absurdas, harto peligrosas y, en resumen, de lo más esperpéntico y, si cabe, surrealista.
Dicen que nacemos para aprender una serie de errores que hemos cometido en otra vida, y esa teoría, tan hermosa en su concepción, está siendo para mí poco gratificante hasta la fecha –los de mi condición nos empeñamos en creer que más bajo no se puede caer, pero hijo de mi vida, se cae-. Supongo que en otra vida tuve que ser un cabronazo de aquí te pillo, aquí te mato ... O cura, que nunca se sabe.
La vida me ha llevado a desempeñar los trabajos más dispares, poco remunerados y, en definitiva, rastreros, que ningún hijo de vecino, ladilla o cucaracha se podría merecer.
Uno de los primeros trabajos que desempeñé fue el de cocinero. Trabajo muy gratificante, por su exquisitos aromas y suculentos manjares, para aquellos que allí sus conocimientos culinarios desarrollaban, hasta que entré en sus vidas. Exactamente duré ocho horas en la sencilla tarea de poner en ebullición el caldo de las paellas. Lamentablemente mi ángel de la guarda tenía que estar en huelga de alas caídas o borracho, y la intoxicación de cincuenta clientes no fue ninguna broma. Aparte que el posterior incendio de la cocina fue un largo y tormentoso desacuerdo con la aseguradora. ¡Nadie me advirtió que había que apagar el hornillo, y nadie, como digo siempre en mi propia defensa, me dijo que aquel ingrediente no era sal fina y común, sino insecticida mata-hormigas! No sé si muy efectivo para este último menester, cuanto para dejar postradas a cincuenta personas durante una semana en cualquier antro que el gobierno se atreve a denominar sanatorio.
Un día tuve la suerte, palabra poco utilizada en mi vocabulario, pero que he tenido a bien utilizar en el contexto, de que el Excelentísimo Ayuntamiento me llamara para realizar la sencilla tarea de representante de la administración en las pasadas elecciones generales. Fue una experiencia de lo más frustrante, porque algo se trabó en el escrutinio, para más información, los datos por mí facilitados al final de la jornada, ya que en vez de mandarlos al centro de recogida de información, los mandé a: “ Bar Pepín. Salón de celebraciones, bautizos, bodas, comuniones y comidas de empresa. Sita en la calle Santa Regla nº14.” Por otra parte, muy buenos caldos, sí señor.
En otra ocasión, haciendo encuestas por las calles de esta bien amada y sufrida ciudad, volví a hacer gala de mi mala suerte. Fui abducido por dos andobas alienígenas cuya procedencia, a pesar de que tuvieron a bien facilitármela con el noble propósito de enriquecer mi limitada cultura general, no recuerdo. Me quitaron los dos bolis Bic Naranja, todos los impresos, trescientas veinticinco pesetas, un paquete de Ducados, una estampita de San Judas y mi orgullo, herido y lacerado por la desagradable experiencia sideral.
Fue entonces cuando decidí darme un respiro. Una semanita sabática en la casa que un amigo mío tiene, muy recoleta, junto al mar. No cumplí mi propósito porque en el periplo, el dichoso autobús se plantó, se rindió y, en definitiva, descacharró irremediablemente a la altura de Utrera (muy buenos los mostachones). Y como se me había cortado de muy mala manera mi actitud turista, cogí un taxi y me volví a la ciudad, no sin antes abonar los excesivos honorarios –5.000 ptas.- y no quiero ni acordarme del coñazo que me dio el jodido taxista con el Fary, patrón del gremio.
Al llegar a casa se me había muerto el gato. Me dijeron que de una intoxicación aguda sin determinar. Yo aún sospecho de doña Frasca, vecina del 2º dcha., muy aficionada a otros animalitos, sus hijos, y bien conocida por todos su animadversión hacia los felinos, sobre todo hacia el pobre Felipe, que no hacía otra cosa que cumplir con sus instintos cuando dio buena cuenta del canario que ella tanto mimaba y que yo tanto odiaba. No veas la paliza que me daba todos los días a las siete de la mañana con su despiadado trino.
Pero bueno, la vida da más vueltas que un paleto en un aeropuerto, y hubo un destello de esperanza el día que inauguré mi propio negocio. Con una buena dosis de ilusión, y como no, de dinero, emprendí un camino que en un principio se me antojó novedoso, interesante y lucrativo, para convertirse luego en anodino, frustrante y pelmazo.
Para empezar no tuve mucho tino en eso de abrir una mercería justo al lado de El Corte Inglés, más avezados que yo en estos menesteres y con un capital harto superior al de mi modesto bolsillo. A la semana de no comerme un pimiento, me abrieron la persiana de seguridad como si fuera una lata de anchoas (mucho medio técnico y muy poca vergüenza es lo que tenían estos bandoleros). La policía se puso en contacto conmigo de madrugada. Exactamente a las cinco de la mañana, hora intespectiva donde las haya y me citó para que acudiera ipso facto al lugar de los hechos, o sea, mi tienda. Un exhaustivo registro del interior por parte de los agentes, dio como resultado el siguiente balance: sustracción de pesetas 1.425 junto con la caja registradora; dos pares de medias Filo d’oro ,recién llegado el pedido, fíjate tú qué pena, coño; tres madejas de lanas color sepia; seis pares de braguitas Fantasía de Marie Claire; la foto del rey que tenía colgada en la trastienda ,digo yo que serían cacos monárquicos, y Manoli, mi maniquí (depravados).
Personalmente, me atrevo yo a opinar que, además de haberse equivocado lamentablemente de comercio –en El Corte Inglés tienen de todo- se llevaron género con muy poca salida (¡que me lo digan a mí!) y que seguramente fuera regalado a alguna amiguita o putón verbenero, que no es gente ésta con demasiados remilgos a la hora de entablar relaciones maritales.
Como decía al principio de este relato, yo pensaba que más bajo no se podía caer ...¡no ni “ná”! Al día siguiente, apenas hube llegado a la puerta de mi establecimiento, me percaté de la humareda que salía del piso de arriba. Ardió todo el inmueble. Los vecinos se quedaron en la puta calle y yo, también. ¡Qué forma más exagerada de arder, por Dios! Lo llegan a hacer queriendo y no les sale una fogata tan apañada y espectacular.
Decidí entonces, más a fuerza de intentar cambiar mi puñetera mala suerte que otra cosa, ampliar horizontes y trabajar en una gran multinacional. Hombre, el trabajo en el McDonald’s no está tan mal, los hay mucho peores -lo sé de buena tinta – pero llevo gastado un pastón en antiácidos y bicarbonato (es que nos dejan la comida a mitad de precio y no es cuestión de ir de sibarita con la coyuntura económica que atraviesa el país). Por otro lado, el uniforme me queda de lo más mono.
Por el momento, esto es todo cuanto me da para contar en cuatro folios por una sola cara (que me parece una medida muy ecológica y acertada puesto que hay que ahorrar) pero haber, hay mucho más, no crean. Y nada, no les deseo suerte al resto de los concursantes porque estoy a dos velas y porque, créanme, no les serviría de nada que un menda como yo se la deseara. Sin más, reciban ustedes un saludo (como me pille el gerente en su oficina escribiendo mis memorias me quedo sin curro). Atentamente, un amigo.

 
reflexiones al respecto