A la luz de las farolas

La luz de las farolas ilumina la acera por la que camina Luis. Un poco cuesta arriba al pasar frente al gimnasio. Luis mira descuidadamente el embaldosado del suelo y la calle vacía a su alrededor. Va un poco piruleta porque ha estado unas horas con sus amigos bebiendo en el aparcamiento frente al cementerio. Un sitio tranquilo.

Al final de la calle, en el cruce, hay un pequeño requiebro para continuar por la calle siguiente. Dos hombres pasan en silencio junto a él y no le prestan atención. Luis continúa su camino y se cruza con jóvenes como él y con hombres mayores que él que tampoco le prestan atención.

Entonces Luis se detiene un momento, se quita las bambas y se pone unos zapatos negros de tacón preciosos que dejan sus pies al descubierto casi por completo. Tan solo una cinta sobre la parte alta de los dedos y una correílla fina a la altura del tobillo, le tapan algo la piel. En la parte trasera de los tacones hay estampadas unas cerezas.

Uno de los dos hombres que pasaron junto a él y que se encuentra ya a cierta distancia, gira la cabeza y lo observa un instante.

Luis continúa andando, ahora con un paso un poco más sonoro y femenino. Al doblar la siguiente esquina a la izquierda, la calle está más iluminada. Luis se mete las manos en los bolsillos, tira hacia delante y el pantalón se abre por los laterales dejando a la vista unas piernas muy bonitas. Durante unos segundos se le ve la ropa interior, pero se mete las manos bajo la sudadera y, tirando hacia abajo, saca una minifalda negra que le llega a la mitad de los muslos.

Vuelve a girar hacia la derecha, por una calle más ancha e iluminada que las anteriores. Una pareja de jóvenes que camina en dirección contraria por la acera de enfrente le sisea para que les mire. Lo hace solo durante un segundo y medio.

Sin dejar de caminar, baja la cremallera de la sudadera y deja que las mangas le caigan brazos abajo aprovechando que la mochila que lleva tira de ellas. Abre la mochila y guarda la ropa que se ha quitado.

Lo que hay bajo la sudadera es un top negro de tirantas muy finas que delinea sus pechos redondos y delicados. La mochila es convertible y, al tirar de los laterales, se esconden los tirantes anchos y queda un bolso de hombro de colores rojizos y blancos y textura lanosa.

Llegado ese momento, hay tres jóvenes que la están siguiendo acortando distancia y cuchicheando entre ellos. Cuando le dan alcance, uno de ellos le agarra con fuerza un cachete del culo y masculla algo soez mientras los otros dos se ríen. Aprovechando que está muy cerca, Luis gira el tronco con mucha fuerza y le clava el codo derecho en la boca a su atacante rompiéndole varios dientes. Un chorro de sangre mana de su cara. Antes de que los otros puedan reaccionar, le pisa los dedos de un pie con el tacón a uno de ellos y siente cómo le crujen al romperse. El que aún está ileso, está tan sorprendido que no reacciona cuando Luis sale corriendo alejándose rápidamente de allí.

Al doblar la última esquina, muy cerca de su casa ya, tropieza con un hombre corpulento que, en un gesto rápido e inesperado, la agarra por la muñeca y tira de ella. Utilizando la fuerza del movimiento que le acerca a él, le conecta un directo a la mandíbula con tanto acierto que el corpachón se convierte en un muñeco de trapo y cae al suelo inconsciente.

Un minuto después, Luis cruza la puerta de su casa, donde todos duermen, se mete en el cuarto de baño y mientras está sentada en la taza del váter haciendo un pis, le envía un whastapp a sus amigos dando las buenas noches y diciendo que ha llegado a casa sano y salva.